«¡Felices Fiestas!» ¿Cuántas veces ya lo has escuchado? ¿Cuántas veces ya lo has visto en revistas, periódicos, escaparates? A mi me encanta desearles a la gente un tiempo feliz, pero cada vez tengo más conciencia de lo que digo y a quién. En primer lugar, «feliz» es un concepto muy individual y no todos aspiramos a pasar las Navidades y Reyes rodeados de familiares, de comida y regalos, y en segundo lugar, puede ser que la persona a quien le digo estas palabras, perciba estas fiestas como la peor y la más difícil época del año.
La estampita de familias radiantes y completas desde abuelos hasta nietos o bisnietos, todos bien comidos y vestidos, en una casa bonita y generalmente también con perro (casi siempre un labrador) o gato, al lado de un precioso árbol de navidad con una montaña de regalos a su pie, año tras año, nos es presentada como el colmo de la felicidad. Puede ser así para muchos, pero casi seguro que para otros muchos, esa estampita no corresponde con su realidad y generando malestar.
No quiero ser negativa para nada, lo único que me gustaría hacer visible es que esa estampita es un cliché que probablemente hace más daño que bien. Pienso en familias incompletas, disfuncionales, con enfermos y preocupaciones de todo tipo, pienso en los refugiados, los emigrantes, los sin techo, los perdidos y aquellos que, por el motivo que sea, tienen que pasar estos días sin familia, sin comidas, sin buena ropa, sin casa decente, sin mascota, sin árbol y sin regalos. Es ésta la realidad, quizás más, que a estampita, que no deja de ser una manifestación del marketing insensible.
Pienso en muchos de mis clientes. Cómo los temas que salen en las sesiones suelen ir por «temporadas» no es de extrañar que en este mes salen problemas con familiares, especialmente -en estos casos- con los padres que nunca han sido buenos padres y mientras que durante el resto del año la relación con ellos es más o menos llevadera, es ahora, cuando toca pensar en «la obligación de ser buen hijo o buena hija» que vuelve a mostrar su cara desagradable.
Malena: «Tengo que comprarles algo; ya lo tienen todo y según cómo me miran nunca acierto o lo ven insuficiente, y además no me sobra el dinero».
Juan: «Tengo que ir a esa comida familiar, dicen que nos queremos mucho pero en la mesa no hacen nada más que criticar e insultar. Y ni te hablo de los chistes malos y machistas».
Sofia: «En ninguna época del año me siento tan sola como en las Navidades».
Carina: «Añoro a mi familia, pero me doy cuenta de que no es tanto que les añoro a ellos personalmente, sino más bien a una sensación de sentirme querida incondicionalmente, arropada – algo que nunca recibí de ellos».
Javi: «Cada año somos menos; unos se han muerto, han habido divorcios… y encima parece que los pocos que quedan, para no sentir la tristeza y el dolor, cada vez más ganas tienen de beber…» Suspira. «Este año me abstengo. No quiero esto, esa enorme soledad en compañía, para estas Navidades».
Todos ellos, y otros, me están hablando de una profunda tristeza, de algo que su alma anhela y que, según la estampita que nos venden, únicamente se puede encontrar en esa familia de bien, completa y radiante de felicidad. Y, sí, claro que lo puedes encontrar allí si tu familia es amorosa y cariñosa, si entre todos sabéis crear ese ambiente de calidez y de acogida. Estas familias existen, lo sé. También sé que son pocas.
El peligro con la estampita es que nos hace creer que nuestra felicidad durante estos días depende de todo que ella proyecta. Todos sabemos y muchos realmente sentimos que esta felicidad no depende de lo material: de los regalos, las comidas y menos del alcohol. No es el árbol, que nos hace sentir bien de verdad. Ni sus luces, aunque pueden aportar una sensación de festividad, claro que sí.
Yo vengo de una familia bastante disfuncional con padres que, a su manera, durante los años de mi infancia, han intentando emular la estampita, aunque de una manera muy simplificada. Recuerdo el aroma del pino en casa y, sobre todo, esa sensación sobrecogedor cuando, por la tarde de la Nochebuena, mi madre finalmente abrió la puerta de la salita dónde había estado decorando a escondidas ese árbol, manteniéndonos, a mi hermanito y a mi, en un estado de emoción, expectativa y nerviosismo, añorando ese momento indescriptiblemente emocionante en que ella abriera la puerta y podíamos, por fin, admirar el árbol y las muchas velitas en todo su esplendor. Hasta el día de hoy vivo este recuerdo como algo sumamente mágico – ¡la luz!
Pero es otra enseñanza de mi infancia, un regalo de mi padre (PAS) que me ha ayudado encontrar y dar sentido a estos días especiales. Él, todos los domingos cuando estaba en casa (viajaba mucho) siempre nos hizo montar en el coche para hacer «una salida». Hacer una salida significaba: dar un paseo en el bosque, remar sobre un lago, pasear por la playa (especialmente cuando hacía mucho viento)… ese tipo de cosas, aunque también nos llevaba a museos y a visitar familiares lejanos y enfermos. Y siempre llevaba nuestra atención a detalles como el verdor de los pinos, el cambio de color de las hojas de los árboles caducifolios, alguna nube especial, un canto de pájaro, la capacidad saltarín de las ardillas, la gran variedad de setas, el rocío, los cristales de los copos de nieve, o también, la mirada de la gente y sus gestos… Recuerdo muchos detalles de este tipo. Las salidas de los días de Navidad eran especialmente enriquecedoras porque mi padre entonces sabía añadir una cualidad distinta que hizo que nos fijábamos mucho en la caída de la luz, en el silencio, en la vastedad del cielo. Supo enseñarme que el calor anímico que pensamos que nos tiene que llegar desde fuera de aquellos que nos quieren, en realidad está dentro de uno. Lo podemos crear, lo podemos sentir y luego lo podemos compartir con aquellos que lo necesitan. Esto lo podemos hacer todos los días del año, pero más fácil de hacerlo en esta época del año ya que, de verdad, la luz y el silencio son distintos.
Mi padre nunca nos habló de religiones, aparte de como algo, digamos, cultural. Pero nos enseñó fé, nos enseñó Amor y un gran respeto por La Creación en su totalidad. Y es con esta emoción que yo celebro esta época del año. Entiendo el vacío y la falta de sentido que hacen que muchos lo pasan mal estas semanas de poca luz. Lo entiendo, pero no lo comparto – al contrario. Prefiero, por lo tanto, aparte de pasar un rato especial con mis hijos, estar a solas para buscar ese estado de reverencia interior y de profunda gratitud por todo que la vida me enseña, recordando las enseñanzas de mi padre, repasar la riqueza del año que se está cerrando, y abrirme a lo que en el futuro quiere nacer.
Queridos lectores, queridos PAS, gracias por formar parte de mi vida y darle sentido. Espero no haberos aburrido con esta pequeña historia personal ya que mi idea era haceros un regalo compartiendo el regalo de mi padre. Igual si celebráis las fiestas rodeados por vuestra familia, con amigos, con pareja y con o sin hijos o a solas, espero que podéis conseguir llenar ese posible vacío y sensación de sinsentido hasta desesperación, con este, tan especial y luminoso, calor de corazón.
¡Os deseo felices días de introspección y de luz interior!
Artículos relacionados:
- Altamente sensible y la soledad
- PAS en la época de fiestas: dar y recibir
- La alta sensibilidad y la soledad
- Las fiestas
- Siendo PAS, ¿te haces regalos?
- PAS y tener invitados en casa
One Comment
Gracias por compartir. Es bueno saber que hay más personas.