Hace unos días di una charla en la Escuela Artabán de Madrid, y una de las preguntas que me hicieron al final me llegó al corazón:
<<Mi hijo, al percibir que un compañero estaba triste y que algo le había pasado, se acercó a él con el corazón abierto y le ofreció ayuda. El compañero, bruscamente, le rechazó y no quiso saber nada más de mi hijo, el cual se sintió muy herido y no llegó a comprender la reacción del amigo ya que en casa siempre le habíamos dicho que ayudar es un acto noble. ¿Cómo le puedo ayudar?>>
Hay preguntas y preguntas, y esta me llegó al alma. No solamente sentí el dolor de la madre, pero, a través de ella, percibí la enorme confusión y la herida de su peque. ¡Qué difícil es educar!
Una de las muchas características del rasgo de la alta sensibilidad es ese afán de ayudar al ser prójimo. ¿Hay un valor más noble? Pero ayudar, y esto lo intenté explicar a la madre, no siempre es posible ya que no puedes ayudar a alguien que no quiere ser ayudado; por lo menos no de manera visible e inmediatamente efectivo.
Para darle un ejemplo, le conté una anécdota que también aparece en mi libro, la historia dolorosa de una clienta mía: La mujer se había enterado que habían ingresado a la vecina del quinto y ella en seguida pensó en ayudar a la familia. La clienta, soltera con dos hijos pequeños, enfermera con un sueldo normal, vive en el segundo. Sabiendo que el marido de la vecina ingresada, un mecánico con un horario laboral imposible, no lo tendría nada fácil para cuidar de los cuatro hijos pequeños y que encima tendría que ir todos los días al hospital, decidió que su manera de ayudar sería prepararles la comida al vecino y sus hijos ya que, de esa manera, él no tendría que ocuparse de la compra y de cocinar, y que así tendría más tiempo para la mujer, para los niños y para descansar mientras que por lo menos todos tendrían por lo menos una comida saludable al día.
Y así pasó, ella, sin más, se puso a cocinar para su propia familia y para ‘los de arriba’, y cada día subió un tupper al quinto, dejándolo delante de la puerta. Y, sí, también asumió el coste de buen corazón.
Después de dos semanas se entera de que la mujer ha vuelto a casa. Decide subir para preguntar cómo está y decirle que está contenta de que haya vuelto a casa, al mismo tiempo ofreciéndole toda la ayuda que pueda necesitar. Toca el timbre, la vecina abre la puerta, le ve a mi clienta y le cierra la puerta en la nariz. Tal cual. Mi clienta no lo entiende y se siente profundamente herida. Al cabo de unos días, y a través de otra vecina, se entera de que tanto el vecino como su mujer habían interpretado la ayuda de mi clienta como un intento para ligar al vecino, ella siendo soltera y él teniendo a la mujer ingresada. Mi clienta estaba en shock.
Lo que quería hacer visible con esta historia es lo siguiente: para poner en práctica nuestro afán de ayudar y para no salir decepcionado, conviene investigar primero si tu ayuda es necesaria y que, por ende, será valorada. Generalmente no es buena idea ayudar por ayudar, de ayudar sin más. (Digo generalmente porque, evidentemente, siempre hay excepciones y mucho depende de la situación).
En el caso del hijo de la mujer que vino a mi charla, lo que ella podría decir al pequeño sería algo como esto: <<Has hecho bien en ofrecer tu ayuda. Querer ayudar a alguien que sufre es lo más noble que puedes hacer. Pero también es verdad que no todo el mundo quiere ser ayudado, que no todo el mundo está dispuesto a compartir su sufrir con otra persona, por el motivo que sea. En este caso es posible que el niño no quiere hacerse vulnerable, quizás por malas experiencias en el pasado, quizás porque le han enseñado a ser desconfiado. No lo sabemos. Si alguien no quiere tu ayuda, acéptalo y no te sientas mal. El rechazo de otro no tiene que ver contigo, sino con la manera en que la otra persona recibe tu ofrenda. Utiliza tu capacidad empática para entenderle, para respetarle y para mandarle compasión. Esto también es ayuda, aunque no sea tangible>>.
Y en caso de mi clienta, le expliqué lo siguiente: Tu intención de ayudar es totalmente honorable. Al mismo tiempo quizás hubiera sido una buena idea de primero contactar con el vecino (antes de lanzarte a preparar comidas sin más) para ofrecerle tu disponibilidad y para preguntarle si necesita de tu ayuda y, en caso afirmativo, de qué manera. Lo que quiero decir es que conviene aclarar la forma de ayudar, estableciendo límites para todas las personas implicadas. Tú puedes cocinar todos los días de la semana, el vecino estará contento con dos comidas a la semana. Se llega a un acuerdo, y un acuerdo implica claridad. No habrá malas interpretaciones, malos sentimientos ni dolor.
Creo que ambas historias os pueden servir para que la ayuda que vamos ofreciendo desde al corazón y desde nuestra humanidad, se convierta en una experiencia bonita y enriquecedora para todos los implicados, para que nuestro gesto sea un acto limpio y amoroso que deja contento a todas las partes. Y cuando pasa que tu ayuda es rechazada, no te desanimes, no te sientas ofendido ni lo tomes como algo personal. Es importante comprender que la otra persona tiene su motivo personal para no aceptar tu gesto. Mándale luz y compasión desde tu corazón; esto también es ayudar.
¡Os deseo muchas experiencias enriquecedoras a todos! Entre todos podemos hacer este mundo un lugar más humano y más amigable.
Si quieres leer más sobre este tema, te recomiendo mi libro ‘Personas Altamente Sensibles‘, publicado por la editorial La esfera del mundo. Lo puedes encontrar en todas las librerías de España, Portugal y México,. Para Argentina y el resto de Sudamérica lo encontrarás como publicación de la editorial Akadia.
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Imagen: Jeremy Bishop