Seguimos en tiempo de vacaciones; el mes de agosto siendo el més favorito de muchos para escaparse unos días buscando relax y conexión algunos, y otros buscando más bien aventuras y nuevos destinos que les llamen. Y, también, algunos volverán a su casa natal para pasar días con sus padres, abuelos, hermanos y familia en general.
Para muchos es una vuelta llena de alegría y cariño pero esto no siempre es el caso. Ojalá te reciban con amor y espero que tengas una relación sana y equilibrada con tu familia, que os amáis mutuamente con la misma intensidad y respeto. Si es así, seguro que te lo vas a pasar genial y disfrutarás de cada momento, saboreando recuerdos tiernos mientras que coleccionando nuevos momentos llenos de calor anímico para añadir a tu caudal de imágenes y emociones vividas.
El tema principal de este post sin embargo, aparte de estar relacionado con otro que publiqué hace tiempo – Ser PAS y tener invitados en casa-, es fruto de unas sesiones que acabo de tener en el último mes en las cuales tres clientes vinieron con el mismo tema, con el mismo dolor, aunque evidentemente en situaciones diferentes. Tres adultos que sueñan con reconciliarse con sus padres, a los que, una vez más, van a visitar con mucha ilusión y la expectativa de que esta vez serán unas semanas maravillosas y llenas de felicidad.
Pedro: «En las vacaciones siempre vuelvo a casa, siempre paso por lo menos una semana con mis padres y mis hermanos. Nunca me lo he cuestionado. Ya lo hacía de soltero, y ahora, con esposa y niños lo sigo haciendo. Pero últimamente noto algo raro en ellos, es como si les molestáramos, como si no les gustara que vayamos. Intento recordar el pasado y me doy cuenta que en realidad esto no es nuevo, pero nunca lo he querido ver«.
Maite: «Mis padres nunca me llaman, nunca vienen a vernos. Siempre soy yo. A veces tomo consciencia y me molesta, pero enseguida me digo, venga, no pasa nada, son mayores. Como si eso, el hecho de que sean mayores, tuviera que ver con la capacidad o las ganas de llamarme y preguntarme cómo estoy. Y además me preocupo de ir a visitarlos con cada oportunidad que tengo. Mis pocos ahorros me los gasto en billetes. ¿Y crees que se alegran de verme? ¿Crees que les encanta estar con su nieta? ¡Qué va! Incluso dicen cosas como… No entiendo que vienes a hacer aquí. Seguramente te diviertes más en Madrid. El pueblo es aburrido y sabemos que no te gusta». Y, también, criticando a la niña, ufff. Vamos, me deprimo allí – no por el pueblo, pero por su frialdad e indiferencia. ¿Y me preguntas por qué voy? Pues, porque me parece normal que los hijos vayan a ver a sus padres y hermanos…»
Jaquí: Cada verano después de haber estado con ellos (sus padres) juro que ha sido la última vez. Ya está, nunca me han dado cariño, nunca me han apoyado y nunca me han dado la sensación de que me quieran. Y yo, como una tonta, cada vez que voy espero que algo haya cambiado, que finalmente se hayan dado cuenta que soy una buena hija, que los quiero, que nunca les pido nada, que soy trabajadora y que me gusta sorprenderlos con regalitos, pero nunca, nunca acierto. Y con los regalitos (dedico mucho tiempo a buscar cositas que sé que les encantan), buenooo… En lugar de una sonrisa ponen una cara y dice, ¿qué hago con esto?
Tres historias tristes. Tres adultos, niños mayores, que hacen lo que ellos creen (lo que de pequeños han tenido que oír) que es lo «correcto», que los hijos tienen que amar a los padres, respetarlos y cuidarlos, pero que nunca han sido valorados, apoyados ni -posiblemente- amados. Adultos que desde su infancia están mendigando cariño, reconocimiento y respeto. A dos de ellos sí los han querido cuando eran pequeños, pero luego, más tarde ese amor se ha visto traicionado o truncado por el motivo que sea. Tres adultos que van a visitar a sus padres, soñando con que ésta vez las cosas serán diferentes, que finalmente van a poder hablar de verdad y recibirán estos abrazos y gestos de cariño que sus almas anhelan.
Lo que nunca se puede hacer es decirles que rompan con su familia, sería horrible decir una cosa así. Pero sí les puedes hacer preguntas cómo:
- ¿Realmente quieres visitar a tus padres si te tratan de esta manera que a ti te produce tanto dolor?
- ¿Realmente crees que por volver y volver y repetir cada vez la misma historia tan triste, algún día se pruducirá un milagro inesperado y la relación entre tu y ellos cambiará?
- ¿Alguna vez te has preguntado por el verdadero motivo de tus repetidas visitas? ¿Vas porque crees que esperan de ti que vayas? ¿Por ser un buen hijo/buena hija? ¿Porque crees que están encantados con tu visita (la tuya y de tu familia)? ¿Crees de verdad que lo esperan de ti? ¿Les has preguntado si les hace ilusión que vayas a verles? ¿Si el momento de tu visita es oportuno?
- ¿Alguna vez te has preguntado quién de vosotros lo está pasando bien? Y, si nadie está bien, ¿conviene repetir y repetir este ritual carente de cariño, respeto y acogimiento?
- ¿Qué te gustaría decirles? ¿Saben lo que sientes? Y tu, ¿sabes lo que sienten ellos? Es posible que tengas claro lo que necesitas tu (cariño, respeto, alguna frase que te haga sentir querido, una frase que te haga saber que se sienten orgullosos de ti, etcétera), pero ¿tienes también claro qué es lo que ellos necesitan de ti?
Entiendo este anhelo, este deseo de que esta vez todo sea diferente, te aseguro que lo entiendo. Pero también he entendido que hay veces en las que no vamos a encontrar aquello que nuestro alma busca allí -fuera- donde lo esperamos encontrar. A veces es sano cortar o, por lo menos, poner un límite. Si un determinado comportamiento solamente aporta malestar y está bien comprobado que los problemas no se solucionan, hay que cerrar capítulos. ¿Que duele? Claro que duele, pero prolongar una relación dolorosa y falta de respeto a la larga duele más.
Artículos relacionados:
- Salvador, víctima o acusador, ¿qué papel te es más afín?
- PAS y tener invitados en casa
- La alta sensibilidad y la necesidad de poner límites
2 comentarios
Buenas tardes. Pudiera ser que las PAS necesitan o ‘exigen’ un nivel de empatía extremo, que no todas las personas son capaces de mostrar, y tienden a ver cada falta de detalle como una agresión, cuando hay una parte de ellos, esa parte hermética que por miedo a que los demás le juzguen, encierra sus necesidades de sentir afecto, no facilitan la solución del conflicto. Yo siento que exijo más a las personas cercanas, que he entregado totalmente mis pensamientos, que a un simple compañero, que aunque le conté que estoy sufriendo, no le exijo esa empatía. Descubriendo muchas cosas en dos días. Muchas gracias por los post.
Hola Patricia, gracias por tu feedback. Sí, puede ser. Pero no podemos exigir nada de nadie; tampoco nos gusta cuando nos exijan lo que sea, ¿verdad? Hay siempre dos temas de fondo, la baja autoestima y la perfección, y ambos suelen estar relacionados. Soltar expectativas, marcar límites (cariñosamente) y no ‘amenazar’ sin cumplir la amenaza. La mejor herramienta para utilizar en estas situaciones es, sin duda alguna, la Comunicación No Violenta. Tengo post sobre el tema, pero ‘en google’ se encuentra mucho más, y bastante lectura. ¡Feliz verano! Un abrazo.